14 de julio de 2012

Yume Sakura #3

Después de un tiempo de no pasarme por fin tengo tiempo (que no ando perdiendo en hacer cualquier otra cosa) para subir este cap, más largo que los otros, por lo menos un poco.
No ando del todo bien pero estoy más contenta que antes xD Además ahora estoy de vacaciones, a ver si me pongo las pilas para ponerme al día, no quiero volver a prometer nada pero lo intentaré :3
Por un lado quiero comentar que ayer fue el cumpleaños de otro blog en el que participo así que

FELIZ CUMPLEAÑOS, DELIRIOS

Sí quieren pasarse y dejar un saludo, bienvenidos ^^ ¡Acá!
Otra cosiña, Ahora también pueden encontrarme en Fanfiction!! Después de mucho tiempo me creé un usuario... Voy a subir los avances de lo que empecé a subir acá antes que allá porque tengo fidelidad (??) pero estoy subiendo oneshots de hetalia que nunca vieron la luz en este blog.... Pásense si quieren :3 Me dieron una cálida bienvenida. Mi user :3

Bueno los dejo con el cap :3 (logré corregir la imagen xD)


#3: “El violinista que vivía para soñar”
Todas aquellas innumerables personas que se habían ido ¿a la fuerza? ¿Porque era su destino?... Personas que ya no se encontraban con ellos.
-Te dejaré el café en la mesa -saludó con una ano a la muchacha que se asomó a la habitación-. Debo irme al taller… Nos vemos…
-Suerte –dijo casi en un susurro, sin fuerzas. Ella suspiró.
-Te amo –sonaba casi como una súplica. Él se quedó allí, sin moverse. Sabía que ella esperaba una respuesta de su parte pero no quería mentirle.
-Sí… -dijo forzadamente. Ella asintió con la cabeza y se alejó.
Él suspiró, seguramente ella lloraría toda la mañana mientras trabajaba sola en el taller. A veces creía que lo mejor sería mentirle con ello también, pero era demasiado cobarde.
Terminó de escribir el artículo para el periódico, que le había llevado gran parte de la madrugada, y fue a la mesa de la cocina donde estaba su taza fría ya.
Eran bastante pobres pero nunca habían pasado hambre. Pero ahora el problema era otro. Suspiró. Había una fotografía sobre una cómoda, la tomó observándola con ojos vacíos. Aunque estaba en blanco y negro su mente coloreaba el largo cabello de la muchacha de tonos verde menta y unos profundos ojos del mismo color, unas mejillas siempre levemente sonrojadas y unos delicados labios rosados sonrientes y amables. A su lado se encontraba él mismo, tan apagado y monocromático como la imagen, ningún color venía a su mente.
No sabía cuándo le había dejado de prestar atención a su forma de vivir y cuándo se había perdido completamente.
Miku y él eran amigos de la infancia, vecinos que jugaban y crecían juntos. Después de la cruel guerra civil ellos terminaron perdiendo a todos sus seres queridos, fueron llevados al mismo orfanato  viviendo las mismas desgracias. Cuando tuvieron edad suficiente se fueron de allí a vivir juntos. Ella trabajaba en una sastrería y él tomaba casi cualquier trabajo que le ofrecieran. Para sobrevivir se apoyaban el uno en el otro y así las cosas funcionaban, habían superado miles de problemas.
Él le debía todo a Miku: sin ella hubiese enloquecido después de la guerra, caído por completo en la desesperación por los maltratos que recibieron después de quedarse completamente solos. Sin embargo una parte de él había muerto, se había desvanecido, ido como todas aquellas personas. Miku siempre intentó revivirlo, hacer lo imposible. Cada vez que él decía que no podía sonreír o ser el mismo de antes ella se entristecía y cada vez que él le preguntaba cómo hacía para mantener siempre una sonrisa ella le contestaba que era porque podía seguir con él, porque al menos él estaba a su lado. Pero él sabía que su propia vida no valía la de todos aquellas personas que amaba.
Cuando se habían mudado Miku le había regalado un violín. Quiso devolvérselo pero ella no se lo permitió alegando que se había esforzado para comprárselo y quería que de alguna manera volviese a tocar canciones alegres, como antes. Un intento más sumado a la gran cantidad de frustraciones. Él volvió a tocar, no podía evitarlo, pero cuando ella lo escuchaba siempre terminaba llorando, decía que su música la hacía sentir así, llena de tristeza y melancolía, contrastando con las alegres melodías que años antes hacía sonar en las cuerdas. Él había decidido dejar de tocar delante de ella, pero sentía la incontrolable necesidad de pasar sus manos por el instrumento, por ello todas las tardes que tuviese libres se escapaba para poder hacer sonar su violín.
Dejó la fotografía sobre la cómoda, esa era la única que tenían: la de su casamiento. Ella sabía que él no la amaba de la misma manera pero le sonreía igual por la mañana, cuando llegaba y cuando se iba porque él le había prometido aprender a amarla. Lo había hecho cuando no había muerto del todo y todavía pensaba en cuánto le debía a Miku y qué hubiese sido de él. Sólo le quedaba convencerse de que la amaba para no angustiarla más, porque ahora la situación había cambiado. Suspiró. Si Miku iba a tener un bebé él ya no tenía tiempo para “aprender” a amarla, “debía” amarla para apoyarla. Ella merecía aquello, se lo debía y se lo había prometido.
Terminó el café frío y tomó el estuche donde estaba su violín. Necesitaba desahogarse. Salió de la casa.

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